LA CONSTITUCIÓN UNIVERSAL
El momento de la constitución de las naciones marca la formulación de lo que denominamos “carta magna”; es decir, la ley Mayor que busca marcar el rumbo a la legislación del país. Ella es el norte de jueces, mandatarios y gobernantes, que juran velar por su cumplimiento cuando pasan a ocupar cargos que representan los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.
Ningún juez tiene autoridad para ejecutar ningún juicio contrario a la ley mayor de su país. Los actos de quien cometa esa imprudencia serán invalidados, salvo frente a determinadas excepciones, como en los regímenes dictatoriales, en donde los gobernantes conquistan el poder a través de la fuerza de las armas. La Ley constitucional de un país se establece como diretriz a través de la cual se ejercen los poderes.
Sin embargo, ¿sobre qué bases estas cartas magnas se formulan en países con regímenes democráticos, comprendidos como una forma de gobierno del pueblo?
En sus tratados sobre justicia, los juristas y causídicos habían sobre las leyes romanas y griegas. Pero, ¿dónde se obtuvo el fundamento o la experiencia elaborar las leyes? ¿Por qué el ser humano necesita leyes?
La ley es un principio de derecho que tiene como objetivo establecer reglas que todos deben seguir, limitando sus actos para evitar excesos e injusticias; por ejemplo, que un ser dotado de una mejor condición financiera y posesión de bienes no pueda sobreponerse a otro considerado más débil o necesitado, aprovechándose de su condición de debilidad.
Dios, en Su inmensa sabiduría, al constituir la primera nación como Su pueblo, también le ofreció la carta magna haciéndolo a viva voz para el pueblo que liberó del yugo del Faraón, rey del antiguo Egipto, por medio de Moisés, levita elegido por el propio Dios para esa finalidad. Y, al hacerlo, separó el pueblo para que se convirtiera en la Nación Santa (separada), el elegido, el sacerdocio real. Para esto le dió no sólo Su ley constitucional, sino también otras leyes ordinarias en las cuales se pormenorizaban los castigos a los infractores o transgresores, además de normas de conducta para cuestiones menores y leyes religiosas, como las relacionadas con los sacrificios y ofrendas dirigidas a Él.
Sin embargo, algunos de los que hoy se consideran Su pueblo ignoran el hecho de que la carta magna que Dios otorgó a aquel primer pueblo elegido como Nación Santa sigue vigente en nuestros días y que, a pesar de haberse formado una nueva alianza con ese pueblo e incluso con el pueblo que no se originaba de aquél, la base constitucional no sufrió modificaciones. Además, como se le dijo a aquella nación llamada Israel, la condición para ser un pueblo santo subyace en lo que Él determinó en ese tiempo; es decir, cumplir Su ley o mandamientos de acuerdo a las instrucciones contenidas en Dt 28:9. A saber: “El Señor te establecerá como su pueblo santo, conforme a su juramento, si cumples sus mandamientos y andas en sus caminos”, de lo que se concluye que existen condiciones para confirmar el pueblo santo (separado), que son cumplir los mandamientos de Dios.
Incluso, muchos de los que hoy ya declararon haber aceptado a Jesús como su Salvador aún no aceptan Su carta magna alegando, por inducción de sus líderes corruptos, que aquella legislación era de Moisés y que Dios abolió su ley, aunque Jesús haya afirmado que no vino para abolirla. Pero, ¿cuál es esa ley? Es la ley del amor, y esa información ha servido como un tropiezo para muchos. Después de todo, como concluyen que el amor es un sentimiento del corazón o de querer bien presumen que, al actuar de esta manera, están cumpliendo la ley de amar a Dios y al prójimo.
Para que sepamos que el cumplimiento de la Ley de Dios no es sólo deber de un pueblo o nación, citamos el texto de Salomón que dice:
“El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre”. Ec 12:13.
Considerando que ese texto íntegra el conjunto que los hombres concordaron en llamar “Antiguo Testamento”, citaremos otro perteneciente al llamado “Nuevo Testamento”, que dice:
“La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios”. 1 Co 7:19.
Pero, ¿cuáles son esos mandamientos? Observe:
“No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy el Señor tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, de los que me aborrecen, y que hago misericordia en millares de generaciones a los que me aman, y guardan mis mandamientos. No tomarás el Nombre del Señor tu Dios en vano; porque no dará por inocente el Señor al que tomare su Nombre en vano. Te acordarás del día del reposo, para santificarlo: Seis días obrarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día será sábado al Señor tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas; porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay , y reposó en el séptimo día; por tanto el Señor bendijo el día del sábado y lo santificó. Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean alargados sobre la tierra que el Señor tu Dios te da. No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás. No hablarás contra tu prójimo falso testimonio. No codiciarás la casa de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. Ex 20:2 a 16.
Por esa razón, Salomón dice:
“¿No clama la sabiduría, y da su voz la inteligencia? En los altos cabezos, junto al camino, a las encrucijadas de las veredas se para; en el lugar de las puertas, a la entrada de la ciudad, a la entrada de las puertas da voces: Oh hombres, a vosotros clamo; y mi voz es a los hijos de los hombres. Entended, simples, la astucia; y vosotros , locos, tomad entendimiento. Oíd, porque hablaré cosas excelentes; y abriré mis labios para cosas rectas. Porque mi paladar hablará verdad, y mis labios abominan la impiedad. En justicia son todas las razones de mi boca; no hay en ellas cosa perversa ni torcida. Todas ellas son rectas al que entiende; rectas a los que han hallado sabiduría. Recibid mi castigo, y no plata; y ciencia más que el oro escogido. Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas; y todas las cosas que se pueden desear, no son de comparar con ella. Yo, la sabiduría, moré con la prudencia; y yo invento la ciencia de los consejos. El temor del Señor es aborrecer el mal; la soberbia, la arrogancia, el mal camino, y la boca perversa, aborrezco. Conmigo está el consejo y el ser; yo soy la inteligencia; mía es la fortaleza. Por mí reinan los reyes, y los príncipes determinan justicia. Por mí dominan los príncipes, y todos los gobernadores juzgan la tierra. Yo amo a los que me aman; y los que me buscan me hallan. Las riquezas y la honra están conmigo; sólidas riquezas, y justicia. Mejor es mi fruto que el oro, y que la piedra preciosa; y mi rédito mejor que la plata escogida. Por vereda de justicia guiaré, por en medio de veredas de juicio; para hacer heredar a mis amigos el ser, y que yo llene sus tesoros. El Señor me poseyó en el principio de su camino, desde entonces, antes de sus obras. Eternalmente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada; antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fuesen fundados, antes de los collados, era yo engendrada; no había aún hecho la tierra, ni las campiñas, ni el principio del polvo del mundo. Cuando componía los cielos, allí estaba yo; cuando señalaba por compás la sobrefaz del abismo; cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo; cuando ponía al mar su estatuto, y a las aguas, que no pasasen su mandamiento; cuando señalaba los fundamentos de la tierra; con él estaba yo ordenándolo todo; y fui su delicia todos los días, teniendo solaz delante de él en todo tiempo. engo solaz en la redondez de su tierra; y mis solaces son con los hijos de los hombres. Ahora, pues, hijos, oídme; y bienaventurados los que guardaren mis caminos. Escuchad al castigo, y sed sabios; y no lo menospreciéis. Bienaventurado el hombre que me oye, trasnochando a mis puertas cada día, guardando los umbrales de mis entradas. Porque el que me hallare, hallará la vida; y alcanzará la voluntad del Señor. Mas el que peca contra mí, defrauda su alma; todos los que me aborrecen, aman la muerte”. Pr 8:1 a 36.
El presente texto de Salomón se refiere a la Sabiduría, a la verdad, la enseñanza, el conocimiento, la prudencia, a mis caminos, al camino de la justicia, al consejo, a la verdadera sabiduría, al temor del Señor, etcétera. Éstas son referencias a la Ley de Dios, como nombre o como adjetivo de ella.
De este modo, es a través de la Ley de Dios que los legisladores deben legislar, ya que ella es la carta magna y la constitución universal otorgada a través del propio Dios.
Traduzido por Verónica Colasanto
Oli Prestes
Missionário
oliprest
Enviado por oliprest em 26/07/2018
Alterado em 26/07/2018